Este sábado fuimos a Londres, habiéndose cumplido dos días de la muerte de la Reina Elizabeth II. Era un momento ansiado en el viaje y, en los días en los que se nos aproximaba la visita, estábamos aún más nerviosos. ¿Irían a cerrar todo en Londres? ¿Íbamos a poder pasear? No lo sabíamos. Lo que nos encontró en Londres fue una sorpresa.

Con el ómnibus en el que íbamos con nuestros compañeros paramos frente al London Eye, sobre el Támesis y a unos pasos del Palacio de Westminster, donde se encuentra el parlamento británico y el famoso Big Ben (que, para aclarar, no es la torre, sino una de sus campanas). Londres, para nuestro asombro, funcionaba como si no hubiese pasado nada; la gente paseaba como si fuera un sábado cualquiera, y los vendedores de souvenires estaban más que felices de ofrecer cosas y pregonar. Nadie parecía estar acongojado, para nada. Era un contraste muy vívido con la percepción que tenemos en Uruguay de los británicos y de su apego a la monarquía.

Desde el Palacio de Westminster, caminamos con nuestra guía, Luisa, hasta Buckingham, donde me llevé, en lo personal, la mayor sorpresa. Estaba esperando un espectáculo mediático, sí, pero no lo que ví. Gente corriendo por todos lados, amontonándose alrededor del Palacio para ver siquiera la sombra del auto del ahora Rey Charles III, quien estaba llegando allí sobre el mediodía, o para poder ver la punta del sombrero de alguno de los Guardias Reales. La gente trepaba los muros que marcaban el límite entre el adyacente St. James’s Park y el Palacio, la policía gritaba; era un caos, y la gente solo parecía estar interesada en el espectáculo. Los niños se sacaban fotos poniendo flores, y nadie se paraba a reflexionar, para bien o para mal, sobre el acontecimiento histórico que estaban viviendo (y en eso me incluyo). Pasamos casi dos horas en Buckingham caminando, abriéndonos paso entre la multitud, sacándonos fotos, esperando para cruzar la calle en manada; hasta vimos como un hombre se desmayaba detrás nuestro, mientras nosotros nos perdíamos.

En ese mismo ambiente abrumador, cruzamos Green Park, en el cual se notaban el pasto aplastado por las multitudes y los arreglos florales en las bases de los árboles, para llegar a la calle Piccadilly, por donde caminamos hasta llegar a Piccadilly Circus, el Times Square de Londres. De nuevo, estaba lleno de gente viviendo la vida y disfrutando como si nada, lo cual era tan sorprendente como era abrumador. Londres es una ciudad de casi nueve millones de habitantes: comparada con Montevideo, a varios nos causó estrés.

Ahí es cuando nos separamos del grupo de EF, y empezamos a pasear por Westminster, técnicamente una ciudad distinta, y comimos en Leicester Square. Luego de comer, nos separamos y nos fuimos por nuestra propia cuenta a varios lugares; algunos a comprar en tiendas de ropa, otros a pasear, simplemente. Yo caminé hasta la National Gallery, uno de los museos de arte pictórico más importantes del mundo, que se encuentra en Trafalgar Square, una de las plazas más grandes de Londres, que conmemora la victoria del Almirante Horatio Nelson sobre las fuerzas napoleónicas en la Batalla de Trafalgar. Como grupo, luego de reencontrarnos, paseamos por todos estos lugares juntos, pudiendo apreciar pinturas de Da Vinci, Tiziano, Rembrandt y Van Gogh.

Luego de la visita al museo y una breve caminata por Chinatown, el barrio chino de Londres, compramos souvenires y nos subimos a un ómnibus de dos pisos para tomar un tour nocturno de la ciudad. No les miento cuando digo que casi lloro; venir a Londres y ver todas sus estructuras tan famosas, y todos esos lugares de los que siempre había leído ha sido un sueño mío desde pequeño. No importaba cuan abrumadora había sido la experiencia hasta ahora; lo que importaba en ese momento eran todos los hermosos edificios, el Big Ben y el Tower Bridge iluminados y la luna llena por sobre el Támesis, que creaban una imágen perfecta de lo que era la ciudad (si estabas lo suficientemente abrigado, claro está; en la parte abierta del ómnibus, el viento te congelaba). Al terminar el tour, estabamos todos muy cansados, pero, a la vez, muy entusiasmados por haber visto una ciudad tan hermosa de forma tan cercana.

El cansancio solo aumentó cuando empezamos a correr hacia la estación de trenes de King’s Cross (sí, la de Harry Potter), para abordar un tren que salía más tarde de lo que esperábamos, y que terminamos perdiendo. Jadeando por la correcaminata que emprendimos, al son de Tan Biónica y Juanes por las calles de Londres, compramos comida y tomamos el tren de las once y media de vuelta a Cambridge, que era como una dimensión paralela en comparación al bullicio de Londres. Fue abrumadora, fue agotadora, pero no cambiaría Londres ni mi experiencia por nada en el mundo.

Gabriel.

God save the King!

En el Cora, así como en cualquier familia, todos los que integramos la comunidad educativa estamos disfrutando y viajando junto a nuestros queridos alumnos. El jueves, desde que se anunció el fallecimiento de la reina Isabel II, fueron muchos más quienes manifestaron querer saber noticias de los viajeros. Algunos con preocupación de saber si podían seguir con su itinerario, otros con interrogantes de qué significaba los días de luto y hubo varios que enseguida se dieron cuenta de la dimensión histórica de este acontecimiento. Tras el reinado de la Reina Isabel II proclamaron Rey a Carlos III y nuestros alumnos vivenciaron este hecho en las afueras del Palacio. No cambiaron su ruta, desde el inicio el sábado 10 era un día en Londres y hoy vieron al flamante Rey bajar de su auto en su llegada al Palacio de Buckingham. Comparto en pocas líneas los sentimientos de emoción que genera poder estar viviendo un hecho trasmitido por la BBC al mismo tiempo que recibimos fotos, videos y mensajes de los viajeros en Londres.

Ana Inés.